De chiquita solía oír a mi abuela tocando el piano y me encantaba. Siempre la misma melodía.
Con el tiempo, mi abuela falleció, y yo nunca más escuché el piano, nunca más sentí esa misteriosa mùsica sin nombre. Todo eso pasó a formar parte del olvido.
Ya grande, trabajando de psicologa en el Hospital Borda, con una compañera hicimos una actividad con los pacientes: cada uno tenia que elegir una canción. Nosotras nos encargabamos de llevar las canciones elegidas. Y las compartiamos con los demás. Nos habíamos dividido la tarea: ella buscó algunas canciones y yo otras.
Llegó el día.
Todos reunidos alrededor del equipo. Pasaron tangos,boleros... hasta que mi compañera dijo (recuerdo las palabras exactas): "Este es un pedido especial de don Julio, un valsecito que me costó mucho encontrar, pero lo logré. Se llama Desde el alma. Y pulsó play.
Y ahí, en ese silencio compartido, volvíó a sonar mi abuela, su piano; esa melodía que creía perdida, volvió a mí. Lagrimás y más lagrimas, que quería disimular de alguna manera pero era imposible. Cuando miré a don Julio, vi que también estaba llorando. Lloramos juntos.
Sentì que esa melodía nos devolvía una parte de nosotros.